La permanencia en el cargo político

Es frecuente que cuando se aproximan los procesos electorales surja el debate sobre la limitación en el tiempo de permanencia en el cargo. Pasadas estas fechas se archiva el tema hasta la siguiente ocasión. Ello puede ser debido, entre otras razones, al poco interés que el tema despierta en todas las organizaciones políticas donde son más las voces partidarias de dejar las cosas como están que las que abogan por una reforma en profundidad de la ley electoral.

Mi opinión quiero que vaya por delante. Soy un claro partidario de limitar el tiempo que se debe permanecer en cargos públicos y también de un sistema de elección más abierto dentro y fuera de la vida de los partidos. Trataré de explicar mis razones.
Es habitual en determinados puestos públicos y en un número importante de personas que los ocupan, que éstas puedan llegar a sentir comodidad, protección y otro tipo de prebendas que antes de acceder a dichos puestos desconocían o parecían estar sólo al alcance de los demás. Es cierto también que no todos los cargos públicos ocupados tras un proceso electoral tienen ni el mismo grado de responsabilidad ni tan siquiera la misma proyección pública, no digamos ya el mismo poder. En este sentido cabría establecer diferencias por ejemplo entre un director general, un conselleiro o un alcalde.

Por desgracia a pesar de existir diferencias en este tipo de responsabilidades, es frecuente comprobar como con el paso de los años, y tras ocupar un determinado puesto con poder de decisión y manejo de presupuestos públicos, las personas que los ocupan tienden a sentir su despacho y demás medios a su disposición como algo que ya forma parte de sus vidas, y por tanto de su patrimonio particular.

Es igualmente frecuente que en torno a estas personas que actúan de la manera descrita se crean círculos protectores formados por personas de confianza que causan efectos muy dañinos, dado que suelen impedir que al cargo en cuestión les llegue la información veraz, las críticas y los problemas reales. En su lugar sólo escuchan alabanzas y ausencia total de crítica alguna.

Esta situación descrita de forma algo simple y en versión reducida, no es algo esporádico sino por desgracia relativamente frecuente en situaciones de permanencias por periodos largos de tiempo en el cargo.

No tiene este artículo de opinión la extensión suficiente para exponer todas las razones que justifican mi parecer sobre la necesidad de limitar los mandatos pero tengo claro que las ventajas son mayores que los inconvenientes. Se evitan las estructuras que crecen alrededor de estas personas, se consigue una mayor renovación en las personas dentro y fuera de los Partidos, y se permite una mayor participación de todos cuantos puedan sentir la llamada de la política como una autentica tarea de servicio a la sociedad a la que se pertenecen, una tarea noble y necesaria pero degradada en su imagen pública por los casos que hacen de un mal uso de la confianza recibida noticia frecuente en los medios de comunicación.